jueves, 21 de octubre de 2010

Cuando Napoleón perdió la razón


Ettore Messina, ese personaje de nariz superlativa, presencia enjuta y manos en los bolsillos. De claridad en el gesto, siempre vertical en las indicaciones, recto y frío a la par que violento en el tono, se está haciendo viejo.

En su DNI tan sólo figuran 51 tiernas primaveras, algunos pensarán escasas si las comparamos con las 70 "castañas" del "recordman" del momento en la NBA, Don Nelson, retirado con su pequeño gran tesoro de 1.333 victorias; o del maestro Zen, Phil Jackson, gurú del ideario ofensivo de la década de los noventa, y padre (y abuelo, en algunos casos) de los referentes del basket moderno: Michael Jordan y Kobe Bryant, a sus 65 aniversarios.

Phil y Don sobrevivieron al oscurantismo casi enfermizo de los tristes e individualistas años 90, donde se puso de moda la palabra "contemporizar", nada tan evidente como ocultar tras esta herejía rellena de ambiguedad la mediocridad en la forma, no sólo de entrenar, sino incluso de pensar (si es que existe alguna diferencia), de señores de tono muy serio como Hubbie Brown, Larry Brown o Jerry Sloan. Y sobrevivieron de forma sencilla, creyendo en el juego y la imaginación de sus jugadores, demostrando que la defensa y el ataque, siempre combinados, podían convivir en paz y en armonía.

Todo lo contrario a Ettore Messina, un enfermo del 2-3 defensivo y de los balones a "metrallazos" en la zona para jugar un duelo de pívots. Suena incluso caballeresco, si no fuera por el hecho de quedar como un hortera en cada partido, incapaz de adaptarse al nuevo juego evolucionado, réplica europeísta de los tristes años 90 americanos (es un hecho que la Euroliga está muy lejos de la NBA) que practican en el este de Europa.

Hubo un tiempo en el que el Señor Mesina de Calabria (Sicilia) alimentaba su propia leyenda a base de títulos y apariciones en la élite de la Euroliga. Su figura emergía todas las temporadas en el mes de Mayo para disputar en cualquier capital de Europa el trono del "rex inter-pares". Le gustaba ser la incógnita, el líder del equipo llegado desde el frío (CSKA) que contemporizaba a las mil maravillas. Ese basket casi pleistocénico, de más de 20 botes al balón por ataque, de Siskauskas, Robert Jr. Holden, Matjad Smodis y Viktor Khryapa.

Defensa como forma de vida, realmente el retiro pacífico en la Isla de Elena de un pequeño emperador del baloncesto europeo que por inercia e incomprensible talonario de petrodólares (Rusia siempre usó la propaganda del despilfarro de millones para ocultar millones de estómagos vacíos) representaba el romanticismo en la prensa ávida de incautos que siempre se sorprenden por los mismos retrógados hechos intrascendentes.

Ya se sabe que el basket más anodino da resultados. Grecia está ahí. "Bad boys" (Detroit) también pululan en el espectro radioeléctrico del desencanto visual. Y Messina lo intenta, por supuesto. Aunque en este caso nada claramente a contracorriente (igual que Napoleón en Egipto ante las tropas del Almirante Nelson). Por dos razones: primera, Florentino Pérez entiende esto del deporte como un espectáculo, no como una amarga partida de pistolas de bolas de pintura; segunda, Antonio Maceiras entiende esto del baloncesto como una evolución constante del individuo. Nos deleitó con el trío de ases (Jasikevicius, Navarro y Bodiroga) en el 2003. Creyó en un soñador del baloncesto como Svestislav Pesic, y cuando Laporta se puso su traje de cacique se fue por ética profesional.

No le pega ahora ser el director deportivo de este incomprensible proyecto hacia la nada que es el Real Madrid de Baloncesto. No obstante, lo es. Y me parece que aquí nada tiene ya sentido. Mientras que figuras crecientes deberían emerger (Velickovic, Ante Tomic, Nikola Mirotic) al calor de la gestión de Maceiras, Messina los apresa entre las rejillas de madera del frío banquillo, los exprime al máximo en defensa y les exige olvidar la base de su juego, que es el talento, para construir de nuevo su imperio arcaico del CSKA de Madrid.

Sangrante es el caso del Novika Velickovic. Un jugador absolutamente imprescindible en los planes del Real Madrid, que, sin embargo, observa atónito como la cabeza de su entrenador se olvida de él al preparar los partidos. En la derrota de Euroliga frente a Olympiakos sólo jugó 4 minutos.
El proyecto de jugador total que espera Messina de este chico de 24 años debería comenzar por asentar parte de sus cualidades, a saber: velocidad, rebote ofensivo, fuerza y muy buen juego interior; y no forzar su ingreso en el club de fracasados "quiero ser el nuevo Tony Kukoc", que ya integran ilustres de este deporte como Rudy Fernández o Bostjan Nachbar.

"Nole" reclama su sitio. Él es ala-pivot. Un ala-pivot de los de siempre, no un moderno "3" de los de ahora. No tiene tiro exterior, y, por mucho que se empeñe Messina no sabe defender. Pero Velickovic tiene la pasión por este deporte que tenían Drazen Petrovic, Nikos Galis o "Epi". Jugadores muy diferentes que encontraron su sitio a base de esfuerzo y persistencia, pero, sobre todo, a base de saber quienes eran en el mundo de la canasta.

Pavlicevic, Ioannidis y Aíto (respectivamente) hicieron de ellos mitos baloncestísticos que aún perduran en las memorias de los más incondicionales. Y, por más que pase el tiempo, jamás se borrarán.

Pero, Messina, ese entrenador ganador de Euroligas (dos con la Virtus, dos con el CSKA), no tiene el honor de ser el mentor de ninguna leyenda de este deporte. Su carácter frío, apático y quijotesco, se lo prohíbe. También sus ansias de poder. También su capacidad de hacer del todo (del equipo) un clamor a favor de su propio "yo", de estrangular talentos y convertirlos en tristes máquinas sin alma.

A veces... su soberbia llega a límites de mala educación.




"Nole" se ha quejado. Messina dice que jugará más a partir de ahora (como publica Tubasket.com). Y que lo hará de 4.

La paradoja es que eso ya lo sabe Dusan Ivkovic en la selección serbia, lo sabe el propio Velickovic y lo sabe cualquier aficionado medio al baloncesto. Desde hace dos o tres años.

Definitivamente, Napoleón ha perdido del todo la razón.

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