jueves, 28 de julio de 2011

Genética y mestizaje


Blake Griffin. 22 años. El de Oklahoma es hijo de Tommy Griffin, ex jugador de baloncesto afroamericano de origen haitiano; y de Gali, profesora en una escuela de negocios, caucásica, pelirroja y de origen británico. Mide 208 centímetros y pesa 113 kilos. Le apodan en la liga NBA 'El Cyborg', y razones no les faltan. Una fuerza física fuera de lo común que en una temporada ha puesto las leyes de la genética a sus pies en el mundo de la canasta.



La cabeza no para de darme vueltas acerca de algo: la genética.
Varios hechos me hacen reflexionar en torno a este tema y recuerdo inmediatamente una colección de imágenes y 'flashbacks' que se vienen rápidamente a mi mente: 1, un chico de Valladolid con el que jugamos un partido de fútbol sala. Sólo tenía 11 años y nosotros en torno a 18, pero chocar con él en el campo dolía, y mucho. Era fuerte como una roca. Raza negra.

Si busco otro ejemplo, un chico de 45 años también en esa misma ciudad. Las canchas de mi facultad como testigos y su capacidad atlética intacta... después de varios meses sin hacer absolutamente ningún tipo de ejercicio, según él. Eso sí, cervecero era un rato. Procedía de la República Democrática del Congo (antigua Congo Belga). Jugaba sin camiseta y tenía todos los abdominales marcados. Simplemente increíble.

Son solo dos casos sobre los que basar algo tan enorme como una teoría genética. Por tanto lo reduciré solo y humildemente a un acto de reflexión. Un último ejemplo.



Ussain Bolt. Recordman de los 100 metros lisos en los JJ.OO. de Pekín 2008: 9.58. En solo unos pestañeos humanos (y unas zancadas extraterrestres) consiguió saltarse las predicciones científicas que colocaban esta marca sobre el 2030. 20 años de evolución rotos por la genética.

Estos logros están empezando a ser analizados por la ciencia. Según un estudio publicado en 2008, los jamaicanos tienen un adn especial, un tipo de gen llamado 'Actinen A' que les permite contraer más fácilmente las fibras rápidas de las piernas. El estudio del profesor Errol Morrison, Presidente del Instituto Tecnológico de Kingston (Jamaica), intentaba encontrar la causa por la que los atletas jamaicanos copan continuamente los podios de las pruebas de velocidad en los mundiales y juegos olímpicos. Una razón genética parece ser la razón.

Otros deportistas pueden ser casos de esta superioridad genética, pero sospechosamente comienzo a asociar deporte y esclavismo. Ante las pocas o nulas posibilidades de progreso en sus países, muchos chicos jóvenes de raza negra buscan ganar algo de dinero en Europa y Estados Unidos a través de una red de competiciones que los obliga a llevar a su cuerpo a límites poco éticos. Es una prueba de la explotación asociada a la exhibición de los cuerpos. Una situación totalmente normalizada, ya que en la era del capitalismo es fácil poner un puñado de dólares en el bolsillo de esos jóvenes y hacerles creer que no están siendo manipulados.

Pero todo tiene un origen, y ese no es otro que el continente mágico: África. Debido al mercado triangular de las colonias desde el Siglo XVI, Norteamérica y el Caribe se han repoblado de población africana que a su vez se ha mezclado con la población aborigen de esos lugares y los inmigrantes europeos y sudamericanos llegados hasta allí. Este mestizaje ofrece milagros como Brasil, República Dominicana, las costas del oeste de Ecuador... todas ellas con un denominador común: la raza negra.

Y esto solo se ha conseguido debido a la crueldad humana europea. La raza caucásica creyó que el mundo podía ser dominado en base a criterios económicos y se equivocó. No obstante, y sin quererlo realmente, iban a poner facilidades a la evolución humana que de otra manera nunca hubiera avanzado tan rapidamente.

En la era antes de las máquinas, contar con materia prima humana de alto rendimiento era la clave para poder facturar grandes cantidades de dinero y dominar el mercado mundial de la alimentación, del textil o de las explotaciones mineras.

La población africana que se repartió alrededor del mundo para esta labor se convirtió automáticamente en la dominadora genética de todos esos lugares. Culturalmente se produjeron choques muy fuertes entre los blancos y los negros: los poseedores de las llaves capitalistas del sistema y los poseedores de la llave del génesis frente a frente. Hoy en día la población afroamericana alcanza los 38 millones de personas en Estados Unidos y su lucha por habitar un territorio que les pertenece generacionalmente igual o incluso con más derechos que a la población blanca continua en el sur del país. La película-documental del director Michael Moore, Bowling for Columbine, describe a la perfección el miedo étnico a una raza superior que provocó el boom de las armas en Estados Unidos y un afan desorbitado por defender sus casas y sus territorios de esos colonos, a los que discriminaban de su sistema educativo, expulsaban de sus lugares de rezo, de sus fiestas y de sus medios de transporte.

Debía ser muy chocante ser virtualmente 'superior' a ese negro en posesiones y riquezas, y olvidar cínicamente que los habitantes del lecho fluvial del Nilo levantaron un valle de pirámides de una riqueza muy superior a toda la ciudad de Nueva York.

Vuelvo a la imagen del principio. Ese chico mestizo, de pelo rojo como el fuego, pecoso, negro de espíritu, mezclado.

Él, como nosotros, nació en Somalia, Etiopía, Eritrea... somos hijos de África, la madre que ha sido tan maltratada. Y de nada vale aislarnos monogamicamente en el miedo a mezclarnos, a cerrar fronteras, a insultarles con visados de vuelta, a no reconocerles que son ciudadanos igual que nosotros, a ser tan ignorantes de no aprovechar todo su gran valor, integrarlos con nosotros y crecer con sus saberes, con su filosofía sencilla de vida y el respeto que se percibe al sentir su presencia.

Sobrevivirán por siempre, lo llevan haciendo toda la vida en condiciones muy duras: corrijo, las más duras. Debemos aprender de ellos.

En este documental se explica nuestro origen. No lo olvidemos. Somos los hijos de África.



















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