martes, 12 de enero de 2010

Una final que duró 15 años (Parte II)

"He oído, en no pocas ocasiones, que éste o aquel jugador abandona el club en el que trabaja por, perdonadme la expresión, 'no aguantar más tiempo a ese cabrón que me está amargando la vida'. Efectivamente, ese tipo de técnicos existen. Es verdad. No lo voy a negar. Es más, a dos de esos insoportables y despreciables entrenadores los conozco a las mil maravillas: Bozidar Maljkovic y Dusko Ivanovic. Al primero le tuve como técnico durante cuatro años y con el segundo compartí vestuario durante tres. Tiempo suficiente para saber cómo son y cómo trabajan".

Son las palabras de un veterano de guerra en esto del basket, Velimir Perasovic, el jugón de Fuenlabrada y del Tau. Él tampoco pudo decirle no al gusanillo de los banquillos, y es que, como ya he explicado, algo especial tenía aquella Jugoplastika. Por desgracia, el bueno de Peras tuvo que dejar el mundo de la táctica por problemas cardíacos en 2008, justo cuando en Vitoria ya era casi un héroe como Dusko.

Pero volvamos sobre nuestros pasos. Hace casi una década Dusko llegaba al Tau con las credenciales de sus logros en Francia y Suiza. Encajaba al 100% en la concepción de equipo del Baskonia y quería demostrar que no era una apuesta arriesgada. No solo fue capaz de eso en su primera etapa con en Vitoria, sino que llenó de trofeos las vitrinas del Fernando Buesa Arena.

Ivanovic concebía el baloncesto como una guerra táctica basada en el trabajo y la defensa explotadas al máximo. Estos conceptos los había asimilado durante aquellas jornadas maratonianas de entrenamiento diseñadas por Boza en la Jugoplastika de los 90, en las que solo valía morirse. La imprenta del esfuerzo pronto quedó clara en la capital vasca. En solo una temporada, lograron la copa frente al Barça en casa (rompiendo el hechizo del anfitrión), y llegaron a la Final Four de la Euroliga.

Menudo equipazo aquel Tau. Bennet, Nocioni, Scola, Tomasevic, Oberto… todos ellos quedaron marcados de por vida con las lecciones de “El Sargento de Hierro”, y muchos de ellos están ahora en la NBA, en gran parte, gracias a la “caña” que les dio Ivanovic. Por fin surgía el talento desconocido de Dusko, pero él también sufría un hechizo, precisamente en la competición que encumbró a su maestro. Algo parecido a un fallo multifuncional ocurría en el Baskonia de Dusko delante del gigante llamado Final Four.

Les pasó en 2001, cuando la final se disputaba a cinco partidos. Aquella Kinder de Bolonia, absolutamente irrepetible, con jugadores de la talla de Manu Ginobili o Rashard Griffith remontó en casa una final que perdía por 2-1. Después este formato desapareció. No era buena idea imitar a la NBA. La fiesta tenía mucho más sentido si todo se decidía en un único fin de semana con una sede no fija. Así llegó la revancha del Tau cuatro años después.

Con la Final Four de Moscú, Baskonia iba a luchar por esa Euroliga de la temporada 2004-2005. Y los pupilos de Dusko dieron una auténtica lección la tarde del 6 de mayo frente al CSKA. El anfitrión caía contra todo pronóstico. Ni Papaloukas, Holden, Marcus Brown o David Andersen pudieron parar aquel vendaval que dejaba “helada” la capital europea del frío. Macijauskas sacó su muñeca a relucir consiguiendo 23 puntos y un preciso Calderón en los instantes finales, daban la llave a la final al Tau. Era la venganza contra el “Ceska”, que les había privado de la Final Four la temporada pasada.

En la final esperaba el Macabbi de Tel Aviv. El equipo israelí, todo un clásico entre la élite del basket europeo (a pesar de no ser europeo, estrictamente), era el último muro entre la antigua Copa de Europa, y Dusko Ivanovic.

"Hay presión, pero la presión de jugar una final nunca puede ser negativa, sino todo lo contrario. No hay razón alguna para asustarse y no dar lo mejor de cada uno en la pista", declaraba Dusko antes de la final. Pero la presión llegó, Tau se asustó, y efectivamente, no dio lo mejor de sí en la pista. Las exhibiciones las pusieron Jasikevicius, Parker y compañía, y una vez más, los baskonistas tenían que mirar de reojo el título europeo; era la maldición del hechizado “Sargento de hierro”, Dusko Ivanovic.

Por su parte, Bozidar Maljkovic, con su eterno semblante serio, con su eterna educación y tranquilidad para dirigir, veía esa final por televisión. Había llegado en junio de 2004 a la capital de España y mientras Dusko y sus guerreros se jugaban todo contra Macabbi, el Madrid se concentraba en un balneario de Málaga para el Playoff de Liga. Curiosa iniciativa, tarea de grupo, innovación… lo cierto es que los resultados se verían o no, en muy poco tiempo.

Con un curriculum brillante y su etiqueta de “señuelo” en la Copa de Europa, el Real Madrid fichaba a Boza esperando así recuperar el crédito a nivel continental; y es que hacía diez años que veían por la tele todas las finales, concretamente desde aquel lejano título frente al Olympiakos de Pireo en 1995 por 73-61. Y no parece que Maljkovic se alegrara aquella tarde de la mala suerte de su pupilo; pero tampoco sabía cuál era su papel en la leyenda negra de Dusko. Porque la partida estaba a punto de terminar para siempre.

Desde que ganara su última Copa de Europa con el Panathinaikos en el 96 (ni más ni menos que la cuarta), el de Belgrado se permitió el capricho de seguir entrenando por diversión. Y así llegaba a la Costa Azul en 1998 tras un breve paso por el Racing de París. En sus manos tenía el placer de guiar a la fiera del Martín Carpena, al Unicaja de Málaga. Es la mejor afición de España sin ninguna duda. Consiguió una Copa Korac en 2001 (algo así como la UEFA del baloncesto), que era el segundo título más importante a nivel clubes en el baloncesto europeo, y se la dedicó a su padre, fallecido ese mismo año; y fichó, fichó mucho, y eso es algo que sus detractores aún no le perdonan.


Caprichos como Milan Gurovic, Tanoka Beard, Okulaja o Veljko Mrsic, que vaciaron las arcas de la entidad, no pueden eclipsar, sin embargo, la buena labor de Boza en Málaga. Se inventó a un jovenzuelo llamado Louis Bullock (a posteriori, uno de los mejores escoltas en Europa), y le dio plenos poderes a Don Bernardo Rodríguez, al que nombró capitán. Berni, Junior de oro, cogía el brazalete con apenas 20 años.

Y como relevo de Chus Lázaro, deben estar contentos por Málaga. Hoy aún es capitán del equipo. Carlos Cabezas era el otro Junior de oro, y también tuvo el respeto de Boza desde el principio. Pero el maestro no acabó bien su etapa en Málaga. El club le abría un expediente en 2003 por “rajar” de los árbitros y tras caer con Pamesa en Playoffs, Boza abandonaba el Unicaja definitivamente.

Y así llegó la llamada de Lolo Sainz desde los despachos del Real Madrid. Y después de un duro año de trabajo, el equipo iba viento en popa a toda vela. El carácter impasible de Boza era una evidencia en el recto obrar del equipo blanco y el objetivo prioritario que era ganar la Liga (y de paso asegurarse el Trienio en la Euroliga) ya no era una utopía.

"En la cancha no puede haber democracia, sólo mando yo". Lo dice subrayando las palabras con una sonrisa. "A mí me gusta el diálogo, pero cuando yo crea que es conveniente", insiste suavizando el discurso. "Yo quiero mucho a mis jugadores... porque si no es así los echo antes de empezar la temporada"… se confesaba en una entrevista con El País.

Declaración de intenciones, no por conocida, menos sorprendente. Igual que daba todo por sus jugadores, exigía lo mismo. Así que Boza, más Boza que nunca, tenía la misión de reconstruir un equipo en las últimas. Y puso los ingredientes a su gusto. Primeras intenciones. Louis Bullock de buque insignia. Le había salido bien en Málaga y tenía que ser su “metralleta” en Vistalegre. Sobre él construyó el resto del equipo. Felipe Reyes, Pat Burke, Alberto Herreros… Pero Boza, no lo olvidemos, era un genio. Y los genios hacen magia muy a menudo.

"Pocas veces me equivoco buscando jugadores. Si tengo una pequeña duda no ficho. Tengo amigos yugoslavos por todo el mundo, croatas, serbios o eslovenos porque nosotros no nos guardamos rencor. Tengo una gran red de información que me hace ser el que más sabe del mercado. Lo hacen gratis, además. Gracias a esa red conozco las características humanas de los jugadores y sé si se van a adaptar a mi nivel de exigencia y cómo se van a comportar fuera de la cancha".

Así fichó a un desconocido Axel Hervelle, a una promesa física como Mickael Gelabale y el último conejo de la chistera pero el más decisivo a posteriori, Justin Hamilton. Era su ejército hispánico, el equipo que se llamaba “Los Guerreros de Boza”. Una muesca de más “mala leche” que siempre exigía a Gelabale; una pizca de mesura al defensor Stojic… y sobre todo, unas gotitas de sí mismo. Eran los ingredientes perfectos para triunfar.

Y de la noche a la mañana algunas cosas cambiaron; su vena imprevisible salió a la luz y todos le tacharon de loco. En la estancia en Málaga, Bennett (el ex de Tau) no acababa de recuperarse de sus tobillos, y nadie sabe que le pasó a Mario Stojic; pero el 18 de mayo, el día antes de comenzar la lucha por la Liga frente a la “Penya” (Joventut de Badalona) Boza “cortaba” a dos de sus peones más fundamentales. En lugar de Stojic, un veterano: Jay Larrañaga, avezado triplista irlandés; y en lugar de Bennett, un desconocido que llevaba el jaque en la frente: Justin Hamilton.

El equipo quedaba raro. Sonko se alternaba con el dudoso Hamilton en la dirección, Bullock y Herreros arrastraban viejas lesiones, Antonio Bueno no aportaba lo suficiente… y la “Penya” daba sus problemas. Finalmente sacaron la serie por el factor cancha, ese que también les salvaba poco después contra el increíble “Estu” de Pepu Hernández. El guerrero llegaba con muchos parches, con muchas hostias recibidas y demasiadas necesidades de títulos.

En frente… otro púgil necesitado: el Tau de Dusko Ivanovic, que por una vez, tenía muchas razones para verse superior. Y es que ya le había ganado dos veces a su maestro. Fue en la liga de 2002, en la que se “cargaron” en 3 partidos al Unicaja de Boza; y, curiosamente con el Limoges, precisamente en la Copa Korac 2000 (aquella competición que también ganaría después Maljkovic con el propio Unicaja).

En cuartos, el Tau recibió el primer golpe contra Gran Canaria, pero se recuperaron. Y en semifinales, Unicaja solo alcanzaba a darles un pequeño susto. Pero finalmente el 3-1 se imponía. La final estaba servida. Boza quería la revancha personal y la gloria un año después de su año sabático. Y Dusko sabía que su ciclo de cinco años estaba a punto de terminar en Vitoria. Sólo quería salir con buen sabor de boca, ya que muchos empezaban a bautizarle como “Perdedor de finales” por su adversa fortuna en la Euroliga.

Todo estaba preparado para el gran duelo final, la última partida para bien o para mal. El 17 de mayo de 2005 las espadas apuntarían en todo lo alto. La serie al mejor de 5 partidos comenzaba en Vitoria. Un día antes, los protagonistas parecían serenos. Vestidos de chándal se fotografiaban al lado de la copa, cada uno con su buque insignia: Bullock el de Boza, Scola el de Dusko.

“Espero que sea una final bonita”, aseguraba esa tarde el bueno de Dusko… Lo sería, sin ninguna duda.
(Continuará)

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