jueves, 7 de enero de 2010

Una final que duró 15 años (Parte I)


Sí, en los 90 Yugoslavia tuvo la mala idea de existir. Eran otros tiempos y en aquella nación había mucho talento para este juego, pero cuando las tropas de Slobodan Milosevic sitiaron Croacia, Tony Kukoc ya no estaba allí. Ni Dino Radja, ni Dusko Ivanovic, ni mucho menos Bozidar Maljkovic. Todos ellos habían huido (Kukoc a Treviso, Radja a Roma…).

Era primero de octubre de 1991 y la tormenta soviética de Varsovia daba sus últimos coletazos a orillas del Mar Adriático. Las disputas étnico-religiosas cerca de las costas de Dalmacia (Dubrovnik, Rikeja) o en ciudades como Vojvodina o Zadar anunciaban el final de la Europa autoritaria, de esa Europa en cuarentena constante desde el asesinato en Sarajevo del archiduque Fernando de Austria en 1914. Yugoslavia perdía la última partida del socialismo en Europa en una guerra moderna, de las llamadas mediáticas… que tristemente todo el mundo vio pero nadie paró. Más de 80.000 militares y casi 20.000 civiles pagaban los excesos de la barbarie que amenazó con ponerle su tercer apellido a la Guerra Mundial.

La muerte del General Tito en 1980 sembraba todas las dudas en la unidad de aquel país. Un simpatizante (con muchos matices) de la URRSS iba a abandonar definitivamente su total vinculación con el enfermo y cuando del Checkpoint Charlie aparecieron tímidamente algunos berlineses del este aquel 9 de noviembre de 1989, todas las dudas quedaron resueltas. El muro de Berlín caía aquella ncohe. Fue el principio del fin. Los generales serbios intentaban imponer por la fuerza un régimen anacrónico que perdió el rumbo al desmoronarse el Pacto de Varsovia, mientras sus repúblicas pedían a gritos paz y soberanía para mejorar la vida de los suyos y subirse al carro del progreso.

Las dudas no eran ideológicas, sino más bien de tipo fisiológico: el hambre, las diferencias sociales y la pasta, que siempre manda. Pues no es de extrañar que el conflicto comenzase en Ljubljana, prolongación natural de la industria Toscana, un auténtico pasaporte hacia el bienestar. Pero en el sur, un Macedonio de a pie no sabía qué era aquello del progreso. Miraban sus bolsillos y no veían absolutamente nada. Y nada era lo que había cambiado allí desde que “El turco” abandonaba por K.o. técnico las costas yugoslavas en 1914. Por lo tanto, dificilísima labor la de unir a tiros un puzle en el que ninguna pieza encajaba ya de forma natural.

Un equipo especial

Ya sea por unas razones u otras, el deporte nacional no podía vivir al margen de todo aquello. En los pabellones algunos decidieron montar guardia y polvorín; era tal el odio en la frontera entre Serbia y Croacia. Seguramente miedo e inseguridad eran los dos sentimientos comunes de la pequeña ciudad de Split, de apenas 200.000 habitantes en aquellas jornadas. Pero como paraíso moderno, algo especial estaba ocurriendo allí.

El nuevo tótem del turismo mundial (declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979 por la UNESCO) marcó el tempo de la canasta europea durante unos pocos años. Split acogía al equipo más sorprendente de la historia del baloncesto europeo. Era la Jugoplastika, todo un icono de la fantasía en aquel baloncesto antiquísimo de los 80, en el que mandaba la ortodoxia de la URRSS, que lo ganaba prácticamente todo.

Mucha fantasía, descaro e ilusión de un equipo que rivalizó cara a cara con su vecino lejano de Zagreb (a unos 300 km.), con aquella Cibona de los 112 puntos de Petrovic, que quedó minimizada al mínimo impacto después de las tres Copas de Europa consecutivas de la Jugoplastika en los albores de los 80 (89, 90 y 91 consecutivamente). La magia de contar en sus filas con jugadores croatas, serbios y montenegrinos la rompió para siempre la guerra. Vrankovic y Tabak recogían el relevo de los exiliados para lograr aquel último título.

Sin embargo, ni la guerra ni el exilio forzoso impidieron a los cracks de Split (Kukoc, Dino Radojevic o Velimir Perasovic), acudir a la llamada del gran Drazen Petrovic en los Juegos de Barcelona del 92, en los que una vez más Europa iba a soñar con derrumbar el Imperio de Jordan, Magic, Malone y Larry Bird. Un honroso 117-85 aparecía en lo alto del Palau San Jordi; a favor de EE.UU, por supuesto. Fue la plata más sabrosa de la historia, la que se alzaba dorada en el mundo de los mortales, hijos indefensos del todopoderoso "Dream Team" comandando por Chuck Daly. Croacia hacia historia contra todo pronóstico.

Comienza la final

Pero la final que duró 15 años no estaba por allí, ni de lejos. La partida comenzaba en el vetusto Spaladium Arena de Split. Blancas para “Boza”, negras para Dusko. El talento tocaba al primero en los banquillos. El segundo, nunca comprendió el significado de esa palabra, pero probablemente en alguna enciclopedia aparezca al lado de la palabra disciplina.

De hecho, era el peón más efectivo de Maljkovic dentro de la cancha, aquel peón que siempre buscó de ahí en adelante. Fue Richard Dacoury en el Limoges del 93, Demetrios Alvertis en el Panathinaikos de 1997, Berni Rodríguez en el Unicaja de 2003 y, precisamante un croata en el Madrid de 2005, Mario Stojic. Pizarra, orden y táctica; las tres reglas de oro para Boza, el maestro de crear equipos de Guerreros, el primero en guiar nada menos que a tres equipos distintos hacia el máximo cetro continental para conseguir 4 Copas de Europa.

Su centinela más aventajado cogía su primera pizarra en Friburgo (Suiza). Ya han pasado muchos años desde aquello (16 exactamente), pero el bueno de Dusko sabía que lo suyo no era meter canastas y se puso el mono de faena mientras aún actuaba de jugador en algún partido. A su discutible calidad se sumaba su procedencia. Era de Montenegro, el penúltimo calvario del nacionalismo yugoslavo. Para cualquier montenegrino no era fácil asumir que la independencia no era posible en aquellos días, y muchos renunciaban a jugar con la “Plavi” (selección yugoslava).

Sin embargo, estaba claro que el destino no le iba a poner en la élite como a Kukoc, como a Dino o a “Peras”. Su camino viraba hacia la dirección en los banquillos (un lugar, de hecho, desconocidísimo aún hoy en día para el bueno de Dusko ya que dirige dentro de la cancha… y haber quién le dice nada). Entre los Alpes, cerca de la casa de Heidi y su abuelo, comenzaba la leyenda de “El Sargento de hierro”. Llegó a ser incluso entrenador nacional en 1997, pero allí era como un islote invisible. Desde entonces muchos han sufrido el rigor extenuante de su carácter férreo (que con el tiempo iba a jugar en su contra).

No obstante, su suerte estaba a punto de cambiar y su destino se iba a entrelazar con el de su maestro. Fue en 1999. Ivanovic era nuevo entrenador de Limoges. No pudo esta vez con la Copa de Europa como Boza, pero hizo doblete (liga y copa). Al año siguiente, rey y peón coincidían en España. Dusko se ponía a los mandos del Tau Cerámica (Saski Baskonia, Caja Laboral o como demonios se llame ahora) y Boza cogía por los cuernos al extinto Caja de Ronda (Unicaja actual). No tenían ni idea de lo que iba a ocurrir el 26 de junio de 2005, pero las piezas estaban por fin en el mismo tablero.

(Continuará)

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