domingo, 17 de abril de 2011

Partido 1, el arte de contemplar

Cuando la pelota ocupa su puesto, el silbato de forma mágica inicia un mecanismo imparable hacia una nueva jugada. En ocasiones, lo imprevisible triunfa, pero la mayor parte de las veces el baloncesto se convierte en una jugada matemática de una precisión absoluta.
Me explico. El baloncesto lo forman cientos de sistemas aritméticos distintos, en los que siempre hay diez variables móviles (los jugadores), y una variable constante (la pelota). TODOS los sistemas tienen sus posibilidades de acierto y sus posibilidades de fallo. A partir de ahí, puede haber conjunciones infinitas para llegar al desenlace.

La magia consiste en observar pequeñas historietas de apenas 24 segundos, en las que siempre hay un protagonista (el atacante), y varios antagonistas (el defensor y el árbitro, que puede desequilibrar la ecuación mágica de la pizarra en cualquier momento). Durante el camino se crea una trama bastante compleja de espacios, cortes, divisiones a canasta, inversiones, sobrecargas, pantallas y bloqueos directos e indirectos, pases picados, e incluso jugadas por encima de la canasta (en niveles avanzados, en novelas baloncestísticas muy cercanas a la ciencia y ficción)... hasta ahí la parte creativa del sistema infinito de ecuaciones. Después, aparece la parte destructiva de todo el complejo sistema. A saber: pasos, dobles regates (dobles), faltas en ataque, en defensa, técnicas por protestar, al banquillo, al entrenador, a un jugador, campo atrás, final de posesión, alternancia de posesión, etc.

Es un deporte precioso, y, sobre todo, preciso. El baloncesto corona a sus propios heroes. De antemano nadie sabe quién lo será. En otros deportes es fácil saberlo, porque las posiciones avanzadas o pivotes meten los goles, y los de atrás solo tienen que defender. Sin embargo, el baloncesto convierte a todas sus piezas en potentes armas ofensivas o defensores audaces, porque todo el mundo tiene que hacer de todo. Si falla una pieza se acaba la trama. Por eso, el juego en equipo domina el partido y en ocasiones, los dibujos imaginarios rozan lo artístico, lo poético diría yo, en algunos casos. En este deporte, hay alfiles que te matan desde fuera, torres que destruyen en la pintura, pequeños peones que dirigen al grupo hacia el jaque mate, hacia ese tiro perfecto que culmina un sistema. Es el apoteosis de los juego en equipo, porque cumple rigurosamente la definición perfecta de este concepto.

Cuando la pelota hace chof!! al contacto con la red, la pequeña historia termina. Cuando la pelota vuelve al suelo, el escenario cambia, cambian los decorados y los antagonistas se vuelven protagonistas. Alguien gritará desde el medio campo... LA ELE!! y los peones, torres y alfiles se pondrán a trabajar. Si el contrario los diluye, otro sistema entrará en juego. PUÑOS!! (por ejemplo). Nuevos movimientos y el suspense de saber si la historia es vendible o no. Un error o un acierto depende de ello.

Y así, de 24 en 24, durante 40 minutos, los tiempos muertos volarán, los descansos serán discusiones de 10 jugadas o más, que todos han memorizado y habrán interrogatorios fuertes, muy duros, de los de responder que hacías en la posición tal a las 13 y tantas de la tarde. Si no hay justificación, la fría madera del banquillo se convertirá en tu compañera de celda, habrás perdido tu pequeña partida individual, aunque el juego no parará por nada del mundo. Héroes y villanos sin premeditación. El arte de lo imprevisible individualmente en un juego que vive, precisamente, de no improvisar en absoluto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario