viernes, 4 de junio de 2010

BEAT L.A.


Esta madrugada (3:00 a.m.) comienza el infierno verde para los tahúres de Los Ángeles

Bill Laimbeer, el peor chico de todo Detroit, había conseguido enmudecer al Forum de Los Ángeles aquella noche. Su estratosférico triple desde más allá de los ocho metros hacía que a falta de seis segundos, los mejores Lakers de toda la historia tuvieran miedo de pegar el auténtico resbalón (105-106) frente a los “Bad Boys” del odiado Isiah Thomas en el séptimo partido de las finales de 1988. Entonces, un misil tierra-aire desde 22 metros de manos de Magic Johnson llegó a las manos del secundario A.C. Green. Con su bandeja “palomera” dejaba las cosas tres arriba para los californianos. Con dos segundos por jugarse, Detroit aún podía forzar el tiempo extra. Saca de fondo Laimbeer, la pelota le llega a Thomas (sí, el mismo Thomas avergonzado en el banquillo de NY por los impresentables Marbury o Zach Randolph hace dos años o en los JJ.OO. de Barcelona a causa de su enemigo Michael Jordan), y Magic lo derriba descaradamente enfrente del árbitro, que, en un pitido absolutamente inexplicable da por finalizado el partido aun faltando oficialmente 1 segundo para ello (105-108).

Parecía que había señalado falta en defensa, o incluso pasos. Lo que realmente le sucedió al señor Earl Strom, árbitro principal de aquellas escenas, fue que literalmente todo el Forum de los Lakers invadía la propia cancha y la coherencia mandaba largarse lo antes posible de la escena del crimen a riesgo de convertirse en el fetiche de aquella locura. La victoria era para los Lakers. Pat Riley, al fin y al cabo, se mostraba impecablemente satisfecho en el vestuario tras todo lo sucedido, “We enjoy it this all summer long”, mientras bromeaba con Abdul Jabbar. La locura era imparable, obviamente.


Esa triquiñuela, que todavía hoy muchos ven como una gran conspiración empresarial de la Era Stern, fue uno de los gérmenes del sacrosanto slogan anti laker: BEAT L.A. El ritmo y la pronunciación roza lo poético. Tres sílabas de puro odio y adrenalina retumbarán durante los partidos que se disputen en el Banknorth de Boston, ¡BIT-E-LEI!, ¡BIT-E-LEI!... (licencia latina convencionalmente aceptada, como el ridículo ÉNE-BÉ-A). Parece que EE.UU. no comprender nuestro complejo deletrear.

Esta noche el pandillero Paul Pierce es el enemigo de los amarillos. Si alguien irradia más odio laker por centímetro cuadrado de sus leucocitos ese es sin duda “The Truth”. Él se crió en las calles de Inglewood, la horrible escena costumbrista de Los Ángeles cuna de los pseudo raperos denominados gangsters. Pero siempre ha jugado en la ciudad del motín. En 2008 simuló estar lesionado. L.A. amenazaba con ganar el primero de la serie y el bueno de Pierce se sacó la bicicleta estática dentro de la cancha tras hacernos creer que tenía la rodilla partida, y después saltó a la cancha para el delirio de todo el Garden, marcándose dos triples antológicos consecutivamente.

Esa pequeña historia espoleó el resto de la serie (4-1) para Boston, que reafirmó finalmente su ventaja de campo convirtiéndose en campeones 22 años después.

Hoy, 22 años después de la invasión del Forum, Los Ángeles no pueden creer que tras su oscura temporada (57-25) tengan ventaja de campo frente a sus rivales de toda la vida, los Celtics (50-32) en toda una final de la NBA. Lebron y sus ‘Cavs’ sucumbieron en cuartos, pero es que hasta ‘Superman’ Howard con sus impecables Magic hizo lo mismo en semifinales frente a los ‘irlandeses’ Celtics.

Pau y Kobe deben, por tanto, ofrecer sus máximos respetos frente a Garnett, Wallace, Rondo, Allen o Pierce, pero no por eso perder la vitola de favoritos.

En condiciones normales esta serie debería decantarse por 4-1 o 4-2 para los Lakers. Veremos donde llega el efecto Rondo, claro. Lo que no ha de faltar, eso sí, es el ¡BEAT L.A.!, ¡BEAT L.A.!

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